jueves, 30 de junio de 2011

CRÍTICA EN LA NUEVA ESPAÑA (RUBÉN SUAREZ)


 




















Watio, un surrealista de lo cotidiano

Una pintura fresca, lúdica, inteligente y popular que aprovecha elementos del pop

Miguel Watio nació en Sevilla en 1966 y allí vivió y pintó hasta que en el año 2004 vino a residir a Gijón. En estos años últimos ha pasado más bien desapercibido en lo que se refiere al mundo artístico, aunque haya contado con alguna muestra individual o colectiva de escasa resonancia y aunque el pasado año una de sus obras haya sido seleccionada en el Certamen Nacional de Luarca, muy poco balance en realidad si se relaciona con lo que su pintura, personal, interesante y atractiva, merece. Puede que a partir de la presente exposición en Cornión empiece el camino para lograr un lugar de referencia dentro de la pintura asturiana.
Me habían hablado de Watio como de un artista pop y en favor de eso parece hablar la tarjeta que anuncia la exposición, una de las obras más en línea con la tendencia, con ese perfil en primer plano de un rostro femenino agrandado y aplastado contra el fondo, resuelto con expresión estereotipada y colores planos. Lo que pasa es que, sobre la barbilla de ese rostro, aparece en pie un pescador lanzando desde tan curioso lugar su caña, por ver si pesca algo entre los entreabiertos labios rojos de la dama, cosa que nunca les hubiera ocurrido hacer a James Rosenquist o a Ramón Rodríguez, pongo por caso. Ese sentido del humor no es propio del pop.
Y es que la pintura de Miguel Watio está mucho más cerca de Mingotes que de Andy Warhol, por citar a un pope del pop y a un artista gijonés irrepetible en cuando a la densidad de su ingenio para hace aflorar, en dibujos y objetos maravillosos, la paradoja, la ironía y en general el surrealismo de lo cotidiano. No comparo sus obras, me limito a decir que Miguel Watio se aleja en su obra del distanciamiento, la frialdad objetiva y la ausencia de invenciones y fabulaciones visuales del pop y está sin embargo en sintonía con el sentido poético, irónico y tierno, del otro Miguel.
Otra coincidencia es la identificación con lo local, en el caso de este pintor con personajes de la ciudad, cosa que instintivamente registré y, al comentarlo, Amador me confirmó en la galería. En ese aspecto, pocos artistas habrá tan gijoneses como este sevillano, que capta tipos y actitudes del diario vivir y luego los pone en la relación con objetos de todo tipo, los «encuentros casuales» de los surrealistas. En «la mesa de billar», un operario pasa sobre el tapete verde una máquina cortacésped, algo digno de Magritte. Lo gijonés se me ocurrió al ver la señora de la pintura «Ñora, ñocla», genuina en porte y pose, y sí que existe y es bien conocida, como al parecer el anciano que aparece bajo una lámpara en «El iluminado» o el personaje que aparece encerrado en un envase de cristal en «en el bote», que hace ejercicios gimnásticos en la playa.
Realmente, resulta gratificante ver esta pintura, fresca, lúdica, inteligente y alegre en su vivo y variado cromatismo. Y todo eso, además del buen y seguro manejo de los valores plásticos, utilizando los elementos del «pop art» que puedan aprovechar a su libre juego de formas y colores, pero sin renunciar a lo expresivo, al toque personal subjetivo para dar la vida a los personajes y al juego conceptual para el motivo.

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