PRENSA 2017

DE PASO 

(Texto del catálogo de la exposición "De Paso", Galería Cornión)


El sueño siempre parecía seguro de sí mismo, me envolvía y me engañaba en falsa seguridad. La espera de noticias, al sur de mis pasos, ponía calzado humano a mis pies inquietos. Que no suene el teléfono hasta que haya luz para poder pintar, para iniciar sin velas el fugaz paso inicial. Hasta que a las cinco de la mañana, con increíble exactitud la angustia se anunciaba prendida de frío y desvelo. Primero los pies, la espalda, el estómago hasta llegar a mi mente. Despertaban mis miedos con un delirio de huida anunciada por encima de tablones, lienzos y abismos. La vida, paso a paso, haciéndose más pequeña y vacía, como una serie de cuadros repetidos, idénticos y minúsculos. El tiempo, mi tiempo, se detenía con la llegada del frío como la gota entra poco a poco en una vena lejana de un cuerpo unido a mi mismo por la sangre. De paso, vena, gota grano a grano, el tiempo, mis manos y yo estamos de paso.

En esas idas y vueltas a la altura de mi ventana, a la altura de una noche-manto sobre un parque frontal y negro, en esas noches casi choco con ella, arrastrada al conocido abismo ya sin lienzos a los que asirse. Salió de mi duermevela con una luz que emanaba de sus ojos. Por lo menos notaba que el suelo sobre el que volcar color y líneas era más firme. Su rostro volvía en cuanto que la oscuridad cedía un poco. Juntaba la duermevela con una calle o una plaza. Con árboles sin ojos, o alrededor de los cuales sigue el caminante, yo, su paso con desarraigo en una tierra sentida ahora como demasiado al norte.

A veces, a ella, era difícil distinguirla. Me atrapaba con manos azules o unos guantes azules, quizás, y estaba lejos de mi vacío. Estaba mirando las copas desnudas de los árboles. Lejos de los recuerdos compartidos, miradas y sueños. Yo estaba inquieto, recuerdo bien, mientras ella bailaba ahora sí por entre los bancos y las papeleras de la plaza vacía. En cada salto, con sus manos o guantes vacíos, recogía hojas caídas y secas. Las introducía con cuidado en el bolsillo que había brotado, de mi camiseta de pintar palabras. Un reloj cercano daba las cinco otra vez y ella dejaba de girar, ella dejó de girar. Se sacudía las manos y los guantes, previniendo que ninguna palabra le quedase atrapada en sus dedos, se apartaba un poco la melena, sonreía y corriendo desandaba el camino de tablones que le introducirían de nuevo en ese pasado que me tenía enredado como hiedra joven.

De nuevo las miradas desordenadas a los periódicos, los cafés rápidos, los cientos de mensajes que atraviesan montañas, pasos y cordilleras, las dudas al abrir el buzón de correos y más miradas al hombre que silencioso camina al lado de mi ventana de pintar, al hombre que seré yo. En duermevela mi cuerpo llegaba a la misma plaza, pero esta vez con luz y sin árboles, ni bancos, solo colores planos y líneas muy rectas. El suelo no era de piedra, sino que era de cristal limpio y trasparente, se veía una biblioteca llena de libros. Pugnaba por caer y me metía dentro. Miraba los anaqueles y bastó con coger dos o tres libros de pintores antiguos, pero todos estaban en blanco. Arrojé con tanta fuerza los libros al suelo que abrí una brecha por donde se colaron mis palabras en una presentida huida. Tus cielos, cabeza y tu caminante ( yo mismo), se rodearán del miedo a la pérdida, se rodearán de geometrías perfectas y la certeza que el inicial paso se deshelará entre la ceniza aún caliente de horno y verano del sur, ceniza que al sentir la tenue brisa soplada por los que se van anticipan la última huida. Huida sentida como rastro de la fiel presencia de un animal que no entiende que ya no.

Una huida animal que anteceda un anuncio con una dura caída, un animal que en su hocico tiene lágrimas y la misma ceniza que hoy envuelve el lienzo, la ceniza procedente de la caja y de un refugio sin la presencia de la risa de ella. Ahora la geometría persigue mi instinto, también animal. Sigue la inquebrantable fidelidad de lo que siento y lo que ya no tengo. Necesito que llueva, me sorprendo gritando, aunque sean trazos, líneas y acrílicos. Necesito que llueva para que todo el líquido de mi yo caminante fluya. De mi instinto animal ya solo queda la costumbre de vagar "a niundes". Hacía calor, era junio, cayó el émbolo, respirar, expirar, respirar, expirar, ya no. Tú ya no estás en mi vida. O sí, pero solo atrapada entre colores y rectas. Las mías.




Xuan Carlos Crespos Lanchas






El pintor Miguel Watio inaugura hoy en Cornión su exposición "De paso"



La galería Cornión mantiene su respaldo por Miguel Watio, pintor sevillano nacido en 1966 que reside en Gijón desde hace trece años. La sala que dirige Amador Fernández Carnero tiene previsto inaugurar hoy, a partir de la ocho de la tarde, la exposición "De paso".

Miguel Watio, poseedor de una iconografía muy personal, ofrece en esta muestra parte de sus últimos trabajos: acrílicos sobre lienzo en los que el artista vierte, tras la apariencia figurativa de sus obras, soluciones geométricas y abstractas. El estilo del artista es el resultado, en este sentido, de la conjugación e integración de diversas soluciones a partir de sus características figuras o siluetas negras.

La exposición permanecerá abierta en Cornión, en la calle de La Merced, hasta el próximo 29 de abril. Esta muestra permite comprobar la madura propuesta de un artista que ha ido consolidándose en el feraz campo de la pintura asturiana. Es la de Miguel Watio, que ya ha expuesto en esta misma sala, una pintura que aúna coherencia y sugerencia.

La Nueva España. J. L. A. | Gijón

 

 

 

 

DE CAMINANTES Y CAMINOS

Paché Merayo


El Comercio 01-04-2017
Miguel Watio regresa a las paredes de Cornión con “De paso”, una individual que rinde tributo al hecho de vivir y avanzar.

Miguel Watio pinta la vida. La suya, que es la que mejor conoce. Pero para hacerlo no solo se mira dentro. También pone los ojos al otro lado de la ventana. Por eso sus lienzos se llenan de personajes ajenos. De gentes que van y vienen sobre aceras imaginadas, siempre exentas de volumen, siempre ilumina¬das de color. Y esos seres que hoy son anónimos -aunque alguno lleve la silueta «inconsciente», dice él, de alguien querido-, en otro tiempo fueron históricos. Pintaba hasta hace un tiempo Watio, que ayer abrió exposición en Cornión, su galería gijonesa, habitantes no de la calle, sino de las obras maestras que están en la memoria colectiva. Les rendía peculiares homenajes poperos, que, como los de ahora, también le daban trazos a su propia existencia. Pero ese nutriente ya no está. En la muestra que le mantendrá hasta final de abril en la que es su ciudad desde hace 13 años -Miguel Watio es Sevillano del 66- «la tinta se mantiene plana y el juego y la idea de color siguen siendo las mismas, pero el tema ya no tiene nada que ver».

Ha cambiado este sevillano de Gijón. «Mucho», subraya. Y esa evolución se la ha marcado la vida. La muerte repentina de un familiar muy cercano le hizo detener su marcha y por eso al volver a caminar le salió un homenaje a la vida, al ir hacia adelante «pase lo que pase». Sus caminantes, que llenan toda la colección colgada en Cornión, van cabizbajos. Eso no lo pudo evitar. Son siluetas negras con una pequeña luz que parece impulsa Y su paso. Solo una, una mujer, por cierto la única que acude a sus lienzos, tratados siempre con acrílico, está `Desandando el camino'. No porque su paso vaya en dirección contraria al de la mayoría, que en el conjunto hay hombres que van a la izquierda y otros que caminan hacia la derecha. Es que ella lo hace contra la vida. Un cartel escrito en una flecha así lo advierte.

Ella, como ellos, está silueteada en negro, pero su entorno no brilla. El de ellos sí. No trata Watio de contrarrestar estados de ánimo. La luz de su paleta es una cuestión «de pura armonía. No creo que un color luminoso tenga por qué ser sinónimo de alegría», dice.

No hay mucha en `De paso', con pequeñas y no tan pequeñas piezas que claman a la casa vacía, a la soledad, al ser atrapado en el camino, « a mi vida», añade el pintor, «porque es mi vida lo que cuento». Sin embargo, y pese a la evidente carga de la realidad no hay ni una sola intención narrativa en toda la exposición. Watio (pseudónimo de Miguel Jiménez) insiste en que las causas que le han llevado a poner en marcha a todos estos hombres sin rostro, ni nombre «no importan». «No quisiera ser explícito. Hay un dolor enorme en la génesis de lo que he pintado, pero lo que importa no es por qué lo he hecho, sino lo que ha quedado en el lienzo». Y lo que ha quedado es, pese a la tristeza, un recado que invita a salir adelante. Para seguir dando ese «paso», contra el viento, con sol o bajo el paraguas. Watio también ha elevado ese elemento tan pictórico a su imaginario. «Viviendo en este Norte no podía ser de otra manera».

PASO A PASO...

José A. Samaniego


La Nueva España 20-04-2017
El sevillano Miguel Watio llena de caminantes de silueta negra y perfil blanco sus fondos de colores planos.

Es la tercera exposición individual de Miguel Jiménez / Miguel Watio (Sevilla, 1966), afincado en Gijón desde al año 2004. (Para otras muestras de Miguel Watio, ver la página final del catálogo editado para esta edición). La primera, en junio de 2011, se tituló "Desde mi ventana". Siempre a la manera del arte pop, utilizando colores lisos al acrílico sobre lienzo, pero con humor, ironía y agudeza mental para criticar la sociedad que vivimos, sorprendía la capacidad del pintor autodidacta sevillano para jugar con tamaños y situaciones. Recuerdo "El sueño del pescador", obra en la que un varón en pie, sobre la barbilla de una moza, lanzaba la caña para sacar de entre sus labios rojos tal vez un beso o una declaración de amor. O "La nueva Europa", aquel billete de 50 euros al que se acercaba la mano de un pobre de pedir. O la mesa de billar snooker sometida a limpieza por una máquina cortacésped, que hará de ella tal vez un campo de golf. La segunda individual de Watio en Cornión sucedió en el verano de 2014, bajo el título "Clásicos populares". Un gran acierto. El papa Inocencio X de Velázquez, montado en una moto. La Venus de Boticelli luciendo bikini. El Pensador de Rodin reflexionando sentado en la taza del retrete, la taza de la sabiduría que nos recuerda a diario algo de nuestra condición en este mundo. El caballero de la mano al pecho, del Greco, tocando la guitarra.

En esta tercera individual titulada "De paso", Miguel Watio, que lleva tal sobrenombre por haber sido electricista y por firmar así en su correo electrónico pasó a ser su nombre artístico, se dedica del todo a cuestiones sociales, a situaciones relativas a la población de más edad, también a la muerte que nos espera. Las pautas pictóricas del artista siguen vigentes: colores planos a juego, sabiamente combinados, y como novedad, caminantes de silueta negra y perfil blanco. Este perfil blanco aísla del fondo a los caminantes, sirve de ayuda para combinar la silueta negra con cualquier color de fondo. Estamos ante 32 obras, casi todas dedicadas a varones que pasean. Hay una en homenaje a Rubio Camín, titulada "Camín a Xixón", título cercano a "camino de Gijón", con la silueta en negro del artista que camina hacia el pirulí que en su día formó parte del concurso a la madre del emigrante, y ahora, desvinculada de aquel proyecto, se alza al final de la Avenida de la Constitución. (Recientemente Miguel Watio donó al museo Evaristo Valle la obra "Buen viaje, maestro", en que la silueta también en negro de Rodolfo Pico emprende viaje sobre un barquito de papel).

Los varones que pasean recuerdan aquel refrán: "la salud del viejo no está en el plato, sino en la suela de su zapato". Porque son varones todos los que pasean o hacen la ruta del colesterol. Sólo aparece una mujer, sujetando un paraguas que se lleva el viento. Paso a paso, como el partido a partido del cholo Simeone, van los mayores caminando por la vida hacia su destino final. El cuadro titulado "La casa vacía" habla de una realidad. Puede ser la casa donde viviste de niño con tus padres y hermanos. O la casa de los padres que nos quedamos solos, porque nuestros hijos, felizmente, han formado su propio hogar. Y esta soledad depresiva tiene un nombre: el síndrome del nido vacío. Pero en lugar de esa casa en líneas blancas sobre fondo azul, geométricamente vacía, podría haber dibujado una ciudad vacía o la bola del mundo entero vacío, porque cuando van desapareciendo tus familiares, amigos y conocidos, todo tu alrededor va quedando vacío. Hasta el perro, símbolo de la amistad y la fidelidad, huye de la casa vacía. Así pues, estamos de paso.

 

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